Hola amigos



En este espacio diré algunas cosas mías y ustedes después de leerlas o escucharlas, pueden comentarlas. Es un lindo modo de lenguajear. Un abrazo. Néstor Soria


martes, 28 de febrero de 2012



RACO, PUEBLO DE ESTIRPE INDIA
                                                                                
                                                           Néstor ‘Poli’ Soria
                                                    Tucumán - Argentina

       Valle custodiado por antiguos cerros. Al oeste el Cabra Orcko. Al este El Taficillo. Río en hondonada, enlamado y correntoso en verano. Selva tropical poblada de nogales, tipas, cedros, arrayanes, arcaj, enredaderas floridas. Quietud y silencio. Gente heredera de la sangre diaguita. También heredera de la tierra pero despojada de ella, expulsada hacia las famélicas lonjas fiscales.
Allí, antes del dios cristiano traído por los españoles, habitaron los Siambo, los Anfama, los Tonocote, se arrimaron los Lule, los Colala’o y otras parcialidades indias. Las finas cerámicas halladas: urnas funerarias, cuencos, pucos, vasos con figuras zoomorfas, dejan ver la Cultura Candelaria. Algunas etnias de estos primitivos propietarios de la región desaparecieron, al decir de los arqueólogos, hacia el año 600 d. C.
Luego, ya en base a la historia escrita – con dejos de mentiras y parcialidad -, en el siglo XVIII los jesuitas fueron dueños de esta tierra. La llamaron Potrero de Raco. Y ese fue el uso que le dieron. En sus pasturas cebaron vacunos, caballares, acémilas y otras haciendas. Los pastores y arrieros fueron indios cristianizados traídos de otros valles. A la vez, la selva oriunda dio su noble madera para muchos muebles, carretas, puertas y ventanas que la conquista necesitó. La mano de obra fue siempre indígena, gratuita.
A la expulsión de la Orden de Ignacio de Loyola -1767-, la Junta de Temporalidades (corporación integrada por señores poderosos) vendió el Potrero de Raco a un tal Ojeda. Al decir de los historiadores y estudiosos los precios fueron viles, casi un regalo (Ojeda también era poderoso) Luego, entre parientes de Ojeda y otras familias de buenos recursos ocurrieron casamientos por conveniencias y el valle de Raco comenzó a poblarse de extraños. Primero fueron dos o tres casonas llamadas estancias, después paulatinamente se colmó de viviendas para uso veraniego. Muchos de  estos falsos propietarios trajeron, como sello distintivo, un apellido que según sus propios decires los emparenta con gente de ‘linaje’, aunque la historia los contradiga y en otros casos los niegue. Para ser ecuánime digo que a salvo de este comentario quedan muy pocos apellidos denominados ‘patricios’, con posesiones en Raco. Pero que quede claro, esa alcurnia no los absuelve de su condición de explotadores de pueblos originarios.
Ahí, en un trozo sencillo de tierra hice mi casa hace más de 10 años. Mi retiro hacia tan hermoso rincón tucumano se fundamentó y hoy lo sostengo, en la búsqueda de un sitio propicio para la inspiración artística. Desde allí vuela mi cabeza, apasionadamente enamorada de este Tucumán que me parió y me cobija.


                      
                              CANTO A RACO
                                                       
                         Néstor ‘Poli’ Soria
                              Tucumán - Argentina

Aquí donde serpea el viejo Raco
tutor del coypo, el churqui, el garabato,
vidrioso de veranos.
Barrizo de los chanchos, piojo y cerda
y hocicos de bellaco.
Viajero de lo arcano.
Paciente lapidario de agua lerda.

Aquí donde la urraca sabe a males
pispiando cochinilla en los nogales
y trilan las bumbunas                          
llorosas por la guagua que ha partido,
mientras que en los maizales
- hasta que ve la luna -
devora el calancato a lo atrevido.

Pueblo cerril de gauchos corajudos,
capando toros para bueyes rudos
que unce la mancera.
Y es un lonjear a filo de cuchillo
guascas de cueros crudos,
pretales y encimeras,
que a monte rayarán los coronillos.

Región donde el amor se abre temprano
ni bien hierve el deseo a lo profano
y el diablo hace las suyas.
De changos que la niegan a su raza,
de indios, de serranos,
para evitar las puyas
del blanco expoliador que la amenaza. 

Aquí donde la noche toma vino
y pena como espanto en los caminos,
montándose a las ancas
para robarle al hombre la conciencia;
es sombra del ladino
burloso de la “tranca”,
que mezcla al sacha trago con demencia.

País de pocas leguas, casi aldea,
guardando en tres casonas la ralea
de rancios apellidos,
bajados de un galeote carbonero
calafateado a brea.
Linajes ya perdidos
o tramas de inmigrantes embusteros.

                Aquí donde modera el Cabraorko
el tiempo de la siembra y en un sordo
roncar se vuelve lluvia,
empantanando ranchos y maleza.
Borrando de los troncos
la marca de los pumas,
catinga que deshace a las cortezas.

Aquí buscando un cielo hice mi casa
- mistura de adobones y argamasa -
sencilla como un nido.
Y el ave cantoral que llevo adentro
trinándome se pasa
aunque me vea dormido
o airoso por el don de estar despierto.

Aquí de poco en poco mi madera
ya no ha de renovarse en primavera
y agostará sus vetas
como un cebil reseco en su tanino.
Entonces mi quimera
buscándome poeta
tan sólo será un vago desatino. 

Aquí cuando un arcángel toque a muerte
y el hombre que ahora soy sea carne inerte,
un trozo de la nada,
sin pulso, ni razón, ni vanos sueños,
dejadme simplemente
bajo esta tierra amada,
ungido por un rezo lugareño.

Aquí seré afatal, flor amarilla, 
un fruto de arrayán, quizás semilla
de algún quimil cerreño.
O acaso mengüe el hambre del carancho.
Y si mis huesos brillan
bajo el cielo raqueño,
que alumbren pobreríos por los ranchos.

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