Hola amigos



En este espacio diré algunas cosas mías y ustedes después de leerlas o escucharlas, pueden comentarlas. Es un lindo modo de lenguajear. Un abrazo. Néstor Soria


Entretelones del poema


RACO, PUEBLO DE ESTIRPE INDIA
                                                                                
                                                           Néstor ‘Poli’ Soria
                                                    Tucumán - Argentina

       Valle custodiado por antiguos cerros. Al oeste el Cabra Orcko. Al este El Taficillo. Río en hondonada, enlamado y correntoso en verano. Selva tropical poblada de nogales, tipas, cedros, arrayanes, arcaj, enredaderas floridas. Quietud y silencio. Gente heredera de la sangre diaguita. También heredera de la tierra pero despojada de ella, expulsada hacia las famélicas lonjas fiscales.
Allí, antes del dios cristiano traído por los españoles, habitaron los Siambo, los Anfama, los Tonocote, se arrimaron los Lule, los Colala’o y otras parcialidades indias. Las finas cerámicas halladas: urnas funerarias, cuencos, pucos, vasos con figuras zoomorfas, dejan ver la Cultura Candelaria. Algunas etnias de estos primitivos propietarios de la región desaparecieron, al decir de los arqueólogos, hacia el año 600 d. C.
Luego, ya en base a la historia escrita – con dejos de mentiras y parcialidad -, en el siglo XVIII los jesuitas fueron dueños de esta tierra. La llamaron Potrero de Raco. Y ese fue el uso que le dieron. En sus pasturas cebaron vacunos, caballares, acémilas y otras haciendas. Los pastores y arrieros fueron indios cristianizados traídos de otros valles. A la vez, la selva oriunda dio su noble madera para muchos muebles, carretas, puertas y ventanas que la conquista necesitó. La mano de obra fue siempre indígena, gratuita.
A la expulsión de la Orden de Ignacio de Loyola -1767-, la Junta de Temporalidades (corporación integrada por señores poderosos) vendió el Potrero de Raco a un tal Ojeda. Al decir de los historiadores y estudiosos los precios fueron viles, casi un regalo (Ojeda también era poderoso) Luego, entre parientes de Ojeda y otras familias de buenos recursos ocurrieron casamientos por conveniencias y el valle de Raco comenzó a poblarse de extraños. Primero fueron dos o tres casonas llamadas estancias, después paulatinamente se colmó de viviendas para uso veraniego. Muchos de  estos falsos propietarios trajeron, como sello distintivo, un apellido que según sus propios decires los emparenta con gente de ‘linaje’, aunque la historia los contradiga y en otros casos los niegue. Para ser ecuánime digo que a salvo de este comentario quedan muy pocos apellidos denominados ‘patricios’, con posesiones en Raco. Pero que quede claro, esa alcurnia no los absuelve de su condición de explotadores de pueblos originarios.
Ahí, en un trozo sencillo de tierra hice mi casa hace más de 10 años. Mi retiro hacia tan hermoso rincón tucumano se fundamentó y hoy lo sostengo, en la búsqueda de un sitio propicio para la inspiración artística. Desde allí vuela mi cabeza, apasionadamente enamorada de este Tucumán que me parió y me cobija.


                      
                              CANTO A RACO
                                                       
                         Néstor ‘Poli’ Soria
                              Tucumán - Argentina

Aquí donde serpea el viejo Raco
tutor del coypo, el churqui, el garabato,
vidrioso de veranos.
Barrizo de los chanchos, piojo y cerda
y hocicos de bellaco.
Viajero de lo arcano.
Paciente lapidario de agua lerda.

Aquí donde la urraca sabe a males
pispiando cochinilla en los nogales
y trilan las bumbunas                          
llorosas por la guagua que ha partido,
mientras que en los maizales
- hasta que ve la luna -
devora el calancato a lo atrevido.

Pueblo cerril de gauchos corajudos,
capando toros para bueyes rudos
que unce la mancera.
Y es un lonjear a filo de cuchillo
guascas de cueros crudos,
pretales y encimeras,
que a monte rayarán los coronillos.

Región donde el amor se abre temprano
ni bien hierve el deseo a lo profano
y el diablo hace las suyas.
De changos que la niegan a su raza,
de indios, de serranos,
para evitar las puyas
del blanco expoliador que la amenaza. 

Aquí donde la noche toma vino
y pena como espanto en los caminos,
montándose a las ancas
para robarle al hombre la conciencia;
es sombra del ladino
burloso de la “tranca”,
que mezcla al sacha trago con demencia.

País de pocas leguas, casi aldea,
guardando en tres casonas la ralea
de rancios apellidos,
bajados de un galeote carbonero
calafateado a brea.
Linajes ya perdidos
o tramas de inmigrantes embusteros.

                Aquí donde modera el Cabraorko
el tiempo de la siembra y en un sordo
roncar se vuelve lluvia,
empantanando ranchos y maleza.
Borrando de los troncos
la marca de los pumas,
catinga que deshace a las cortezas.

Aquí buscando un cielo hice mi casa
- mistura de adobones y argamasa -
sencilla como un nido.
Y el ave cantoral que llevo adentro
trinándome se pasa
aunque me vea dormido
o airoso por el don de estar despierto.

Aquí de poco en poco mi madera
ya no ha de renovarse en primavera
y agostará sus vetas
como un cebil reseco en su tanino.
Entonces mi quimera
buscándome poeta
tan sólo será un vago desatino. 

Aquí cuando un arcángel toque a muerte
y el hombre que ahora soy sea carne inerte,
un trozo de la nada,
sin pulso, ni razón, ni vanos sueños,
dejadme simplemente
bajo esta tierra amada,
ungido por un rezo lugareño.

Aquí seré afatal, flor amarilla, 
un fruto de arrayán, quizás semilla
de algún quimil cerreño.
O acaso mengüe el hambre del carancho.
Y si mis huesos brillan
bajo el cielo raqueño,
que alumbren pobreríos por los ranchos.





                DE LOS APELLIDOS ARRIBEÑOS, GUITIÁN

                                                                                            Néstor Soria
                                                                                     Tucumán - Argentina



Son muchos los bautismos arribeños(*) que han sido toqueteados por los curas de la conquista y la colonia. Así es como, luego de más de 500 años, nos parezca natural el llamarnos: Soria como yo, Hernández, López, González y… la lista es larga.
Pero hay apellidos arribeños que perduran y de entre ellos traigo uno: Guitián, sí, Guitián que suena tan musical a mi pronunciación.
El “Juancho” Guitián que nombro en la zamba que compuse con Raúl Carnota y se titula: “Luna de Guitián”, es un descendiente de esos pueblos (allá arriba se viene de todo un pueblo, no de una familia).
El “Juancho”, fallecido en 2009, era un hombre tan simple como un arroyo. Estaba hecho al trabajo injusto de carpir la tierra propia, pero ajena por unos papeles fraudulentos. Ya ni le permitían habitar su palmo y tuvo que armar un rancho en predio fiscal. Quizás de  ahí le nacía esa necesidad que lo empujaba a beber, en abundancia, un etílico barato, vino pisa’o a puro talón, fermentado al rocío. Uno tras otro esos tragos, mezclados al desasosiego que le causaba su suerte, lo mantenían en un sopor donde la razón, tal como la entendemos casi todos, se enajena.
Recuerdo haberlo escuchado vociferar fieramente más de una vez.
Desde “La Calladita”, casa donde vivo en Raco, su vivienda no era muy visible; pero confundido entre el tronar de música bailantera se alzaban sus gritos que llegaban a mis orejas, sentenciosos, amenazantes, a veces atrevidos. Nunca dijo contra quién o quiénes era su despotrique.
Hoy, luego de haber casi convivido con el “Juancho” más de 10 años, sé que en aquella gleba donde hundía su pala, en cada terrón húmedo de savia, el rezumo de sus choznos, bisabuelos y padres, se destapaba como un llanto innoble, y él, retorcida la mente por el alcohol, se negaba a mirarlo, era como si se escapara de tan infame realidad.
¡Descansa en paz, amigo, vecino. Tu grito, mientras yo viva, tendrá su justificación y saldré a prolongarlo, aunque sea cantándote!

(*) Arribeño: Habitante de los pueblos cerreños, de arriba.


 LUNA DE GUITIÁN 
                                                            
                                         M: Raúl Carnota - L: Néstor Soria
      
      Por Raco brota la miel
      que se trepa a la fruta del Tala, 
      pecha el verano en bajada
      la promesa turbia de algún temporal   
      y anda la Luna raqueña
      velando el que sueña su pan vegetal.

      Sola comienza a romper
      la morena semilla del arcaj,
      hurga Guitián con la pala
     los mendrugos sucios del poco jornal,
      doblado en fundos ajenos
     queriendo ser dueño 
     de hacienda y maizal.

         Ay qué capricho Guitián,
         reclamar esta tierra que es tuya,
        donde una siesta de lluvia
        escondiste abuelos bajo el pedregal 
        y que La Pacha y la luna
        sus savias rezuman del viejo antigal.

        Hueco alarido te vas
        cuando el vino se endiabla en tu pecho,
        meta putiar tus reniegos, 
        la boca patalcka y hediondo de alcohol, 
        hecho intención de vidala
        quejido que sala tu lamentación.

        Urde este 'Juancho' Guitián
        una amarga labor que le achuza los brazos,
        le minga tiempo al descanso
        hasta que se apaga cual seco candil,
        cuando tirao entre trapos
        la luna de Raco lo pajcha a dormir.






                                    ZAMBA DEL ARRIBEÑO
                                           Letra: NÉSTOR SORIA
                                           Música: JUAN FALÚ
                                        
Por trajinar en el cerro
yo soy arribeño y medio bagual, (1)
ando borrando caminos
soy puma ladino que no han de encontrar, (2)
buscan mi rastro los hombres
y el monte me esconde, soy sombra nomás. (3)

Arriando un hato de ovejas
derrama mi quena un viejo sentir, (4)
y en su quejido yacente
se le hace a la gente que gime un crespín,  
y si la escucha mi chola
yo sé que ella llora por verme venir.

Voy a llorar la vidala (5)
le mingo a la tierra para acompañar,
caja pellejo de cabra                                                    
parida en las abras de atrás del Mollar (6)
y voz de sacha maneras (7)
para los que quieran sentirme cantar.

ll
Tengo un quincha’o al poniente (8)
un catre caliente para compartir
y un par de mulas lunancas (9)
por si que a las ancas no quieras subir,
capaz que bajo del poncho
vidita, te escondo si dices que sí.

Soy nubarrón de tormenta
si el vino me alienta 
y en vez de pelear (10)
golpio mi bombo sin asco
tropel de guanacos los cueros me dan
y me apaciguan el diablo
que me anda rondando si salgo a tomar. (11)

Voy a llorar la vidala
le mingo a la tierra para acompañar,
caja pellejo de cabra                                                  
parida en las abras de atrás del Mollar
y voz de sacha maneras
para los que quieran sentirme cantar.







Querido Amigo:
          Con paciente voluntad, curiosamente, quiero que leas esta descripción, tanto del perfil del “Arribeño”, como del porqué de algunas palabras. Estoy seguro de que tu comprensión de esa zamba no volverá a ser la misma.  

(1) Las razones por las que este Hombre es “bagual”, es por que le escapa a la civilidad de los blancos. Aquellas comunidades (Diaguitas) son, hasta hoy, explotadas, estafadas, sometidas, por patrones de doble apellido, personajes siniestros descendientes de un patriciado que, desde que la Junta de Temporalidades los convirtió en terratenientes, vivieron a costillas de los pueblos aborígenes.
(2) Vive evitando caminar las sendas comunes. Conocedor de todos los palmos cerreños, día a día se sumerge en los montes y chaparrales yungosos, borrando cualquier rastro atrás de él.
(3) Como “El zorro” del poema de Manuel J. Castilla (Soy el que se hace el muerto/ el no me pises/ el que va por el monte, el perseguido/ ese que está, pero que ya se ha ido/ rayado el lomo por las cicatrices…), el “Arribeño” es una sombra. Cuando alguien cree verlo, este hombre se perdió en el monte y deja la duda: ¿Estaba ahí, o no?
(4) Pastoreo y silencio, calma y soledad, gritarle órdenes al rebaño, hablar con él mismo en los profundos huaicos, soplar una quena que desgrana kaluyos aprendidos de los abuelos. Toda una vida interior transmitida por ese canuto de caña o hueso… y viento.
(5) Allá, en Anfama, Chasquivil, La  Hollada, Cruz de Yampa, no se cantan las vidalas, se las llora. Su cadencia y su palabra dicen de cosas sentidas, a veces, tristes. La vidala llega al camposanto, a las huacanas sagradas, sitios donde están las almas y los cuerpos de los que partieron al corral de nubes y cielo.

(6) Mingarle a la tierra es pedirle un favor. La simpleza del “Arribeño”, o quizás su sabio pedido, es que Pachamama le preste un cuerito de cabra chica, ese pelloncito que es recién como un pellejito, sonoro, agudo, fácil de tensar. No importa si es frágil y aguanta pocos golpes, allá abundan las cabrillas y él sabrá cambiarlo.
(7) Pero a la tierra le pide algo más. Una voz de “sacha maneras”, es decir, la expresión profunda de su habla y su tono. Recordemos que “sacha” es monte. Cuando queremos, los hispano parlantes le damos al término un tono peyorativo: Sacha músico (orejero y rasgueador de poca monta), sacha guitarra (instrumento de mala calidad), sacha casa (vivienda de mal aspecto)…
(8)  El poniente está hacia el oeste de estos pueblos. Entonces entendemos que el “Arribeño” tiene su Quincha’o (rancho), en la falda de atrás de la cumbre.
(9) Los animales lunancos tienen un anca más baja que la otra. Yo conozco dos razones de esta anormal conformación: Una es genética (hay familias enteras de caballos, mulas, asnos, vacunos… que muestran esta característica. Otra, muy particular, se da en las zonas de serranías boscosas: Es tan poco el sol que se adentra hasta los pastos comestibles, que el vegetal inclina las puntas hacia el recorrido del astro (sol). Los animales, al pastar, lo hacen caminando siempre en contra de donde se inclinaron las puntas (al revés no podrían morderlo). Tanto caminar en las laderas con una pata más alta que la otra, siempre para el mismo lado, les deforma la grupa.
(10) En aquellos pueblos se toma un vino barato (si querés, lo llamamos sacha vino), destilado con uvas caseras, en tinajones de barro y poco maduro. El dudoso brebaje sube enseguida a la  cabeza y suele encabritar a los hombres (vino de mala macha),  pendenciero. El “Arribeño” prefiere golpear su bombo y no   volverse violento.
      (11) El diablo es un personaje que siempre está presente entre esta gente. Suelen rendirle culto y hasta tienen iconos en altares donde prenden velas.  Con el alcohol dicen que desata tragedias y
crímenes. Cuando el agresor despierta de la macha no recuerda
 nada, eso es porque el diablo se llevó su memoria y su razón.   





                           VITAL PEDRAZA
                                                                                           
                                            Néstor ‘Poli’ Soria
                                           Tucumán - Argentina
 
Intenté, por años, el conocer la edad real de esta criolla tucumana. No lo conseguí.  Para ella no hubo anotación en libro parroquial y menos en oficina de registro civil. Doña Vital vivió su longevidad, indocumentada.
Pero empeñado en darle un sitial en el tiempo, anotaré aquí un par de hechos que rocen la época de su nacimiento.

Comenzaré recordando las mansas tardes en las que aquella mujer, de mirar vidrioso y pelo de caliza, me narraba, como cuentos, el paso de enormes ejércitos por esas dehesas de un Tucumán casi baldío en su juventud: ¡Iban a Santiago del Estero! ¡Volvían de La Rioja! ¡Pasaron por el Pueblo Nuevo! ¡Llevaban banderas en alto! me decía, como si el asombro aun la arrebatara. Todo para mí, niño imaginativo, era epopéyico, grandioso, heroico. Si mal no me acuerdo, en la ensoñación hasta me vi montado en ancas de la cabalgadura de uno de esos soldados.
Y ya más crecido, fui testigo de lo ocurrido el día de su velorio, acaecido en la década de 1960.
Junto a una chispeante hoguera de regulares dimensiones, encendida en el patio de tierra de su casa, hacia la hora del crepúsculo charlaban animosamente mi padre, que fue el menor de sus hijos, de nombre Néstor Domiciano, y dos de sus hermanos mayores, Evaristo y Armando Raquel. Es dable el decir que los hermanos Soria fueron 11, entre varones y mujeres, y que para entonces 8 ya estaban muertos.
En un momento de esa reunión, que transcurría entre rememoros de anécdotas de infancia y otros dislates risueños, la conversación de encausó hacia un tema que, yo sabía, por haberlo escuchado antes, era recurrente entre ellos: qué edad verdaderamente tenía ‘La mamita’ como la llamaban los tres, con cariño. Que 105 años dijo uno, no, que 108 decía otro, no puede ser, aseveraba el tercero. Y los cálculos variaban sin hallar acuerdos.
Lo único cierto, a esto lo digo yo, es que mi abuela paterna, doña Vital, hasta la fecha de su muerte ya había enterrado marido, hijos, hermanos, primos, quedando acompañada solamente por una inmensa soledad, compañía que ella morigeraba cuando al atardecer, luego de quitarse el delantal
de trajinar, se hincaba frente a un Cristo bendito, en su dormitorio, y desgranando las cuentas de un ajado rosario
rezaba a sus muertos, nombrándolos uno a uno, con unción de cristiana penitente. 


Doña Vital y mi infancia

      Todos los humanos cuando escarbamos en nuestro pasado y le pedimos a la memoria que nos ayude a narrar un trozo de lo vivido o escuchado, estamos cautivos de ‘la memoria alucinada’. Explicar  el porqué de esto, con lujo de detalles, es cosa de los estudiosos. Yo sólo diré que la información visual u oral que nos llega y nosotros luego reproducimos, al emitirla tendrá variantes pues nuestra mente siempre creará aspectos que nos son personales. He ahí la alucinación. Claro, entendiendo a este término en una de sus fieles definiciones.  



A mi abuela Vital la recuerdo, lo digo más arriba, por sus cuentos sobre marciales ejércitos en movimiento. Pero su condición de mujer campesina, era fuerte propietaria cañera del departamento Cevil Pozo, en el este tucumano, la ataba a creencias fantásticas las más de las veces faunas, es decir, a seres que se convertían en horribles animales nunca imaginados por mí. Su vivienda, una austera casa de dos habitaciones de material, estaba rodeada de otros cuartos levantados con paja y despuntes de cañas, donde ella protegía forrajes de gallinas y vacunos y arneses de sus animales de tiro. Era precisamente en esos oscuros rincones, en los que me decía que se escondían esos seres terroríficos. Debo confesar que a tales sitios yo sólo accedía pegado a su costado, casi aferrado a sus faldas siempre grisáceas. Otras veces, traqueteando en una jardinera guiada por un hijo de crianza al que todos llamábamos ‘Papito’, solía llevarme al rancho de ‘doña Catu’, curandera que atendía su salud y, me supo decir, muy mentada como santera para el bien y el mal. De aquella pequeña choza de paredes de suncho embarrado, a donde entraba sola, salía siempre con un liadito de trapo en las manos. ¡Vaya a saber qué ‘preparado’ guardaba ese lienzo, que mi abuela celosamente escondía al regresar, en su dormitorio.   

A su lado fumé mi primer cigarro.

      Fue una ceremonia de tos y ahogos. Me había sentado, cerca del pozo, en una silla bajita de las que abundaban en el patio. Era media tarde. Doña Vital, respetuosa de sus ritos y costumbres, como todos los días a esa hora despuntaba a cuchillo, sobre una tabla apoyada en sus rodillas, unas chalas de mazorca para rellenarlas en redondo con picadura de tabaco y granos de anís que cultivaba en un cuadro de su campo. A los cigarros, no más de cuatro por jornada, los fabricaba para su consumo. Durante varios años seguí en detalle  los gráciles movimientos envolventes que hacía con sus manos, hasta lograr esos cilindritos tostados que luego iba encendiendo uno a uno, en el brasero. Aquella tarde, estrenando mis 12 años, mi abuela vieja  me miró profundamente mientras me ofrecía uno: - Usted ya tiene edad para ronquillar la voz, me dijo. Me sentí un hombre. Tomé ‘el chala’ y atrás de ella lo arrimé al fuego. Aspiré demás, a lo tonto. Al rato, mareado pero inflado de sensaciones nuevas, volé por sobre el campo elevándome  más alto que las tipas y los molles, siempre sentado en esa silla bajita, cerca del pozo.



    
            
                    A VITAL PEDRAZA  (Canción)                                                                     
                         
                     Letra: Néstor ‘Poli’ Soria
                     Música: Rolando ‘Chivo’ Valladares
                                                   
          Trajina en Pozo del Alto(*)
quebrando vidrios de escarcha,
la sombra siempre despierta
de doña Vital  Pedraza
y es un  tapiz  medio-luto
la eterna flor de su falda.

Jazmines deja en sus manos
la espuma de la ordeñada
y aroma su zapatilla
el beso de la lavanda,
loción que brota en el patio
emprolijada a pichana.

Por esos años de niña
fue un pañuelito de gasa,
rubor azul que entreabría
promesas por su ventana
y era su amor de rocío
mojando la serenata.

          Hoy a su paso cansino
de ancianidad bien ganada,
el largo trago de un siglo
le acorta vista y distancia,
pero en su boca la vida
sigue poniendo vidalas.

Cristo y rosario en las noches,
le va rezando a las almas
y en su retiro se nota
que ruega por despenarlas,
erguida sobre sus muertos
mi abuela, Vital  Pedraza.



(*) Pozo del Alto: Localidad del departamento tucumano Cebil Pozo.









                                                     “EL NEGRO” FALÓN

                                                                                                               

                                                   
                                               Néstor  Soria

                          Tucumán - Argentina                                                                                                    
                   



Ese era su apellido, Falón. 
Su aspecto africano –cuerpo más bien 
flaco y fibroso, boca gruesa, 
pelo mota oscurísimo y ojos con cierto 
tinte rojizo- resultaba notorio entre la peonada del Ingenio, pues, 
si bien en el fundo prevalecía la piel morena, (los) muruchus 
diría el quejchua), el hombre de quien hablo era negro.

Su puesto de trabajo estaba en la cuadrilla de estibadores de 
leña, madera traída de los montes santiagueños que luego se 
quemaba en las calderas del ingenio, produciendo el vapor para 
mover el trapiche y otras maquinarias.

Falón comenzaba su jornada antes del rosicler del día y como la 
zafra cañera es en invierno, el capataz del grupo le daba, a eso de 
las 10 de la mañana, un corto descanso para tomar un mate cocido 
que él mismo preparaba dentro de un tarrito, tiznado de tanto uso, 
al que calentaba prendiendo un fueguito con cortezas que se 
desprendían de los troncos de aquellos añosos y fuertes quebrachos 
que iba apilando.

En ese menester lo halló el administrador de la fábrica, un tal 
Brackman, alemán recién llegado al ingenio y que esa mañana 
ejercía por primera vez esta función.

Dicen que “El gringo” (Brackman)  - así se le dice en el norte a 
todos los rubios - lo miró a Falón con desprecio y suponiendo que 
estaba “haciendo sebo”, es decir esquivándole al trabajo, 
en duro castellano le preguntó qué es lo que hacía. “El negro”, 
intimidado por la mirada lacerante de aquellos ojos claros, 
quiso explicarle entre tartamudeos, pero cuando recién había 
articulado dos o tres palabras escuchó una frase que le heló la 
sangre:      

-¡Está despedido!-

Pasmado por la sentencia, Falón vio que el rubio personaje giró sobre 
sus talones y se alejó, sin haberlo escuchado. De nada valieron las explicaciones 
del Capataz de la cuadrilla, ni las del Mayordomo, ni las 
del Sub-administrador. El alemán Brackman se mantuvo en sus dichos 
y el pobre “Negro” quedó cesante, con 35 años de edad y cargado de
 7 hijos aun chicos. Además tenía que abandonar la vivienda pues era 
de propiedad del Ingenio. 


Acosado por la desgracia y sin un peso, pues su liquidación no 
llegaba de Buenos Aires, Falón se dedicó a tomar vino 
en abundancia. En realidad, lo que el cantinero 
del Club Social y Deportivo le servía, era una ordinaria 
mezcla dulzona de tanino y alcohol etílico, 
potaje que se le iba a la cabeza 
como ponzoña de ‘bicha brava’. 

“El negro”, con la vista obnubilada 
y mordiendo bronca hacia 
Brackman, en la soledad del 
mostrador mascullaba palabras 
feroces que hablaban de venganza.

Una mañana, amanecido, abandonó 
la cantina. El aire fresco de la calle 
le animó el semblante y recomponiendo el paso se encaminó 
hacia la fábrica. Pechó el portón de entrada y enfiló para el chalet 
donde residía “El gringo”. Lo encontró dando órdenes en las cercanías 
de su fina casa y, sin más rodeos, lo encaró esgrimiendo una “Mata 
Gatos” - un arma de menor calibre que la pistola 22 -, le puso el 
caño adentro de la boca y disparó una sola vez. La pequeña bala 
fue a chocar con los dientes y muelas del alemán y salió, con un 
hilo de sangre,  por su mejilla derecha.

El sucedido fue mayúsculo en esa aldea de gente sumisa, temerosa 
de las patronales.

Falón fue preso a la comisaría de Famaillá (cabecera del 
departamento) y allí estuvo confinado por un largo tiempo.

El hecho fue perdiendo notoriedad tapado por otros acontecidos de 
mayor o menor importancia. Cierto día, ya pasados unos 
cuantos años, frente al portón del ingenio se detuvo un 
automóvil con identificación oficial. 
De su interior bajó un señor que lucía un impecable uniforme 
azul con gorra al tono y exhibiendo en el cinturón que ceñía su cintura,
un corto sable dorado; las estrellas que tachonaban su pecho 
refulgían al roce con el sol tucumano.

El portero lo vio ingresar y sólo atinó a saludarlo con una reverencial 
venia. El uniformado giró la cabeza hacia el sorprendido 
empleado y le preguntó: -¡Che! ¿ya no me conocés? ¡Soy Falón, 
el nuevo Comisario de Famaillá!-...



Nota: La historia que acabo de anotar puede resultar poco creíble 
propia de la mente creativa de un escritor. Pero no es así. El 
hecho acaeció en la década de 1940 y es real de punta a punta.

Quién se pregunte cómo es posible que un presidiario se convierta en Comisario, 
tiene primero que posicionarse en el escenario de la época, 
en esos pueblos rurales.
Luego, enterarse de que Falón, preso por tanto tiempo, 
tenía libertad para moverse dentro del edificio policial 
y eso le permitió leer, aprender y después confeccionar, 
todo papel referido a la administración de policía. 
También que la designación de ‘El negro’ ocurrió ante 
el retiro del antiguo jefe policial, ya veteranos para el cargo, 
lo que les causó a los funcionarios provinciales un verdadero 
dolor de cabeza, por no tener a mano un reemplazo para 
esa comisaría.

Sume a eso el temple de Falón, un hombre capaz de encarar con 
decisión cualquier pleito que surgiera, así se trate de enfrentamientos 
con cuatreros o con el hampa más mentada. ¿Acaso no sabía disparar 
un arma?





                                       EL  NEGRO FALÓN

                                                  Néstor ‘Poli’ Soria



                                                                                

Para  Falón es el son. Para Falón en desgracia.

Negro nació este negro y más negra fue su fama,

que lo diga el mandamás, mientras mastica una bala.

                                            

El negro Falón, obrero,

desocupado y sin plata,

al mandamás del ingenio

le anda tendiendo una cama.


Cama que tiende este negro

porque le suena la panza,
al hormiguero morocho
que fue sumando en la casa.

Y no soporta este negro
no ser del trapiche, grasa,
ni gancho de las cadenas
ni tacho de la melaza,
cuando el lechuzón de junio
chistaba el grito de zafra,
y le sudaba la luna
de azúcar marrón, la cara.

Hedionda de alcohol su boca,
caliente  como cachaza,
masculla por la cantina
su cantinela de rabia.

Con ese vino mingado
a las verijas le baja,
taimado rastro de puma
cebado por la venganza.

Calibre de matagato
tuerta razón de la macha,
por el cogote del vino
Falón remonta una bala.

Para  Falón es el son. Para Falón en desgracia.
Negro nació este negro y más negra fue su fama,
que lo diga el mandamás, mientras mastica una bala.
                                 


                          1492 LA INTEGRACIÓN QUE NO FUE TAL
                           
                                                Néstor Soria
                                                                                         Tucumán -Argentina

                                                                                      
 Hace más de 200 años que en la América del Sur discutimos sobre lo 
mismo: El descubrimiento ocurrido 
en 1492 ¿Sirvió para integrar a esta  
selvática y pródiga dehesa al resto 
del mundo? 
El sólo hecho de decir conquista ¿Basta 
para aceptar el exterminio de tanta gente? 
¿Les era necesario a los intrusos el apelar
 a tamaña barbarie, con pueblos que vivían 
en su territorio arreglando sus asuntos 
internamente? ¿Fue de provecho 
para los nativos el ofrendar sus vidas 
en las minas de Potosí? ¿Necesitaban esos nativos de la aparición de los 
encomenderos para fructificar sus tierras? ¿Precisaban esos nativos de las pestes 
traídas de Europa, para regular  el número de sus poblaciones?
Amigo, mi respuesta es un terminante ¡NO!
Y sigo preguntando:
¿Carecían los pueblos nativos de idiomas propios? ¿No respetaban las leyes del ayllu? 
¿Quién puede asegurar que la tan recitada integración con otros pueblos del orbe
no era un proceso que iba a darse lentamente y a su debido tiempo? ¿Acaso 
existió la integración? ¿Desconocemos cuál fue el tratamiento que los nativos 
recibieron desde la aparición de los conquistadores? En cualquier libro 
barato nos enteramos de cómo fueron sometidos a la servidumbre más ignominiosa
 y cruel, afrenta carnal y álmica que causó la desaparición de miles, más bien, de 
millones de ellos.
Ya transcurridos más de quinientos años desde aquel funesto 12 de octubre de 1492, 
fecha en la que un desquiciado -desorientado- marino, sin tierra ni domicilio conocido cabalmente, 
lanzado a la aventura de conseguir especias para sazonar las comidas de 
un rey y su consorte, nosotros, los que poblamos la América del Sur, debemos honrar
 a quienes fueron los dueños indiscutidos de esta casa-territorio que ocupamos.
Mi homenaje, sencillo pero profundo, al que hoy te invito a que te  sumes, no tiene 
coronas, ni palmas, ni discursos grandilocuentes:
Desgrana un solo diente de maíz y llévalo a la boca, hazlo jugar entre 
tus encías y la lengua, siente su textura, deja que tu saliva ya impregnada
 del pequeño vegetal se escurra hasta tu garganta, y bébela, luego pon 
el grano a germinar en tu patio, en tu vereda, en tu balcón, 
a los pocos días tendrás un tallo que es un trocito taíno de esta América.
Masca un maní, pero no retires su cáscara, paladea el amargo de su 
envoltura, busca su pulpa que sabe a tierra tostada, en él está 
la gracia arauaca, tan americana como tantas sangres.  
Si tienes a mano una hoja de la ancestral Coca, saca tu lengua cuanto 
puedas y ponla sobre ella, tal como a una ostia, luego guárdala en tu 
boca y estrújala contra el paladar, ella te hablará de esta América del Sur.  
O pellizca de un cigarrillo una brizna de tabaco, muérdela aunque la 
escupas al instante, en tu boca quedará el regusto de esa resinosa hoja 
que habla de América del Sur.
O muerde un tomate, aquel fruto que el invasor vio como a un veneno, 
por lo rojo, y hoy valora en Euros, allí también está esta América del Sur.
O aférrate a una caja coplera, con chirlera o sin ella, de un palo o de dos,
 haz tamborilear sobre su cuero el dedo pulgar, cadenciosa, lentamente, 
como para una vidala; si no está a tu alcance ese “pedazo de luna en 
la tierra”, lo mismo puedes golpear sobre tu mesa, o suavemente sobre 
el pecho de tu hijo, el pulso te hablará de esta América del Sur.
Amigo: Si no tienes a tu alcance las cosas que te propongo en mi homenaje, 
al menos pronuncia una palabra en idiomas de esta América: Cacique, 
canoa, patata, chajra (chacra), chuy (sentir frío), pampa, cancha, poroto, 
Ñaño (hermano)…
                         Por otro octubre Americano y Nuestro.