Quiero que te imagines que estás parado frente al
portón de aquella fábrica azucarera llamada Nueva Baviera. Desde tu
imaginación, haz una retrospectiva a la década de 1940. Años de pobreza y
postergación en esos pueblos del interior tucumano. Viviendas rancho. Calles
apisonadas con carbonilla de las calderas de la fábrica. Niños descalzos.
Hombres y mujeres analfabetos. Jóvenes soñando con ser mayores de edad para
conchabarse en ese infierno que comía hasta los huesos, al emanar vapores
ácidos.
El caserío rodea a esa mole de hierro oxidado, llamada
ingenio. Es época de molienda (zafra) y mientras el Baviera ruge y echa humo y
carbonilla hollinosa por su alta chimenea, los carros cañeros (no carretas,
como dice cierta zamba) cargados con paquetes (así se le dice al enorme atado
de caña de aproximadamente 2.500 kilos) esperan frente al portón, con sus
apacibles cinco mulas que lo tiran, o sea: A la izquierda, la sillera que es la
que monta el carrero; al centro, la varera, sujeta entre las varas o pértigo,
soportando todo el peso de la carga; a la derecha, la tronquera, tirando el
carro con cadenas; y adelante de las tres, dos mulas llamadas cadeneras. A esa
espera del turno para descargar, el carrero la apacigua tomando un vinito barato
en el almacén cercano. Es cerca de mediodía y el sol tucumano, casi tímido en
el mes de Julio, igual causa picazón en el cuero de los obreros.
Carro cañero |
Allí, en el taller de herrería del Baviera, trabajaba
don Victoriano Barrionuevo, “El Comegente”. ¡Humano gigante, dos metros! Moreno
de tez. De hombros anchísimos. Pelo duro. Cabeza cuadrada sujeta al corto
cuello, también rollizo. Brazos de “Piedra negra”. Voz de trueno. Calzando
anteojos con mucho aumento. Luciendo un sombrero carajito y siempre, siempre,
de traje con saco cruzado pero sobre una camiseta de cuello redondo, no usaba
camisa, tampoco medias. ¡Ah! al cuello ataba un pañuelo a lo gaucho. Solía
movilizarse en una bicicleta de color negro marca Phillips, aquellas inglesas
de ruedas anchas. Su pedaleo era tan lento que sólo le permitía no perder el
equilibrio.
El apodo le viene de boca de un compadre suyo, de “El
Gordo” Salas, carpintero del ingenio.
Te cuento:
Entrada del Club Social y Deportivo Nueva Baviera |
A eso de la oración, luego de que el pito del Baviera,
esa estridente flauta de hierro que sonaba a vapor, avisaba a ciertos
trabajadores que la jornada había terminado para ellos, Victoriano y su
compadre “El Gordo” Salas, caminaban hasta la cantina del ampulosamente llamado
“Club Social y Deportivo Nueva Baviera”, sitio que no era nada más que un
expendio de bebidas mal destiladas, armado con tablas y con piso de tierra
donde sólo cabían dos mesitas, seis silla de lata, y el cantinero; ¡Minga de
heladera, caja registradora, servilletas y otros lujos, por entonces
desconocidos en esa ruralidad que habitábamos lo “Bavierenses”.
Escenario del club Social y Deportivo Nueva Baviera |
Una de esas nochecitas, azuzados por el vino, los
compadres se desconocieron y palabra va, amenaza viene, salieron a la calle
para saldar diferencias a las piñas. En la ocasión, don Comegente estaba
acompañado por uno de sus pequeños hijos, el changuito que era ahijado del
“Gordo” Salas. Los dos, ¡Imaginátelos!, ciclópeos de cuerpo, se pusieron en
guardia mientras medían cada movimiento.
El silencio de los otros parroquianos, mirones que nunca están ausentes, era
espeso. En esa instancia, el changuito de don Victoriano se aferró a una de las
tremendas piernas de su padrino y llorando le gritaba: ¡No pélie padrino, no
pélie, lo va’ comé mi papá! ¡Lo va’ comé mi papá!
No pelearon. Desde entonces, cuando don Victoriano
pasaba por frente a la carpintería del ingenio, el “Gordo” Salas le gritaba:
¡Que hací, come hombre! ¡Eh, que hací come hombre…! El apodo se fue, con el
tiempo, modificándose hasta terminar en Comegente.
Sindicalistas frente a la entrada del Ingenio Nueva Baviera el día del cierre, año 1966. |
En la década de 1940 El Comegente quedó cesante en el
ingenio, lo echaron. Eso pasó por que, suelto de lengua, cierta vez comentó en
la herrería, delante de algún alcahuete, que él era de ideología anarquista.
Claro, los comienzos de aquellas explotaciones azucareras (siglo XIX),
siniestras, descarnadas, inhumanas, eran pura injusticia para el obrero.
Entrado el siglo XX comenzaron a organizarse los sindicatos, logro que causó
durísimos enfrentamientos con incontables muertes. En esa época, el anarquismo
llegaba a la Argentina con los inmigrantes italianos de otras latitudes del
mundo. Aquellos militantes se infiltraban entre el obreraje y los aleccionaban
en las luchas por reivindicaciones sociales. A eso, en juventud, lo vivió don
Comegente y se sintió atraído por las ideas de libertad y odio a las
patronales. El hecho es que su confesión llegó a oídos de los patrones y de un
plumazo lo corrieron del ingenio.
Desde entonces, cargado de hijos (11), tuvo que armar
un humilde taller en el patio de su casa, arremangarse y darle fuerte a la
bigornia y al yunque. Años pasó fabricando herramientas, cadenas para el tiro de arados de mancera, y
todo cuanto se pueda hacer desde el oficio de herrero. Su fragua, alimentada a
carbón de hulla, siempre estaba encendida. En un rincón del amplio patio
cultivaba verduras, cuidaba un par de naranjos, una parra de uva mato (Chinche),
criaba aves de corral y hasta atesoraba una vaquita lechera.
Lo curioso era el modo en que alimentaba a su numerosa
prole. A media mañana ponía una gran olla con agua sobre un trébede y bajo de
ese soporte, sobre la tierra, el carbón de hulla que retiraba de la fragua.
Tomaba su carretilla y recorría la huerta. Cosechaba de todo un poco: Chauchas,
repollo, lechuga, tomates, sandías, melones, papas… Luego pasaba por la parra y
recogía racimos. Si había naranjas, también. Lavaba cerca del pozo esos
ingredientes, incluyendo las frutas, los trozaba y volcaba en la olla
elaborando una sopa-guiso. Una vez listo ese raro potaje, llamaba a sus hijos y
a su mujer (una gringa bajita de ojos verdes) a sentarse en derredor de una
larga mesa, todo al aire libre o al cobijo de una galería.
Cuando tenía unos pesos compraba carne vacuna, por lo
general asado y el popular pucheroyblando, así, escrito y hablado todo junto,
pucheroyblando. Pero el carnicero que hacía el recorrido en jardinera, todos
los días, casa por casa (incluyendo la mía) sabía de los gustos del Comegente.
Este singular pedido consistía en pesar la carne y estacionarla, en la
carnicería, en un cajón, lejos del frío, hasta que el olor era insoportable.
Entonces el carnicero subía el cajón a su jardinera y se la llevaba a don
Victoriano. Él, esparciendo carbón encendido en la tierra, colocaba una parilla
y asaba las costillas del asado como debe hacerse, primero del la’o del hueso.
Al calentarse esa carne comenzaban a aparecer del lado blando, una infinidad de
gusanos que pugnaban por no morir quemados. El Comegente, baquiano en esas
lides, daba vuelta el asado y golpeándolo sobre la parrilla hacía caer a los
bichos en las brasas. Luego, con normalidad, sentaba a su familia a comer.
Ninguno de ellos pudo, hasta hoy, comer un asado si no es de ese modo, o sea,
de carne en descomposición. Nadie supo explicarme aquello.
Demolición de la chimenea del Ingenio Nueva Baviera |
La historia y la canción, Don Comegente, tienen ganado
un importante premio, como personaje fantástico, en un Congreso de Antropología
realizado en España, año 1997.
Espero no haberte cansado con tanta palabra. Si lo que
narro te muestra al personaje creo que tu versión de la chacarera desde ahora
será distinta, más firme, más sonora, plena de convencimiento, pues, acabas de
conocer a don Victoriano Barrionuevo, a Don Comegente y también el escenario
donde deshilvanó su vida. Cuando murió yo era un chico de 12 años. A todo esto
lo supe de meter la nariz en mi pueblo, otro poco me acercó la memoriosa de mi
madre y viejos vecinos.
EL INGENIO NUEVA BAVIERA
DON COMEGENTE - Chacarera tucumana -
EL INGENIO NUEVA BAVIERA
Fue cerrado en 1966, junto a otras 11 fábricas
azucareras, por el milico Onganía.
Luego se convirtió en chupadero de la dictadura
militar, y, para borrar tantas muertes que allí ocurrieron, fue demolido por
allá de 1980.
DON COMEGENTE - Chacarera tucumana -
Letra: Néstor Soria
Música: Rubén Cruz
lo está llorando Baviera
y en el roncar de la fragua
su sangre sigue despierta.
Sobre el lomo de una mesa
descansando largo a largo,
parece un tronco de roble
que los años han talado.
Yo lo recuerdo de mozo
con sus dos metros parados,
dando la espalda a los soles
oscureciendo el sembrado.
ll
Le pusieron Comegente
porque su boca tronaba
y se enteraba la villa
cuando en secreto charlaba.
Sus brazos de piedra negra
caricias nunca soltaban
y si palmeaba a un amigo
que Dios le guarde la espalda.
Pero a pesar de ese apodo
que a los changos asustaba,
se santiguan las comadres
porque un buen hombre se marcha.
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Ya que una puerta no alcanza,
que el cielo abra una tranquera,
ahí va el Gordo Comegente
lo está llorando Baviera.
Néstor Soria
Ya que una puerta no alcanza,
que el cielo abra una tranquera,
ahí va el Gordo Comegente
lo está llorando Baviera.
Néstor Soria
excelente aporte, muchas gracias por compartir!
ResponderEliminarCiertamente al conocer la historia la letra de la canción adquiere más profundidad! Disfrute mucho leyendo, sobre todo porque cuando quise buscar de donde venía la canción encontré otra historia de otro hombre apodado comegente (un asesino en serie) que me desconcertó un poco! Vuelo a repetir, disfrute mucho leyendo esta historia! Ahora cada vez que escuche la chacarera voy a recordar quien fue realmente "don comegente"
ResponderEliminarhola nestor, bellísimo relato. desde Corrientes un abrazo y gracias por compartir
ResponderEliminarHola Nestor, es una pena que de a poco vaya quedando abandonado este, su espacio, sublime. Desgraciadamente, nunca es tarde, descubro su obra no hace demasiado tiempo, y la encuentro sublime. Muchas gracias por publicarla. Me permito un comentario, cuando usted dice "pucheroyblando" me parece que viene de la forma apocopada de hablar de los Tucumanos "puchero´i´blando" o "puchero de blando". Solo me parece. gracias por su trabajo. Pd, se me hace dificil encontrar sus libros, ahora le hice el tiro a la libreria humanitas de la Benjamin Araoz, vamos a ver si responden (por ahora vivo lejos....) Un abrazo como espantando poyos...
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