Hola amigos



En este espacio diré algunas cosas mías y ustedes después de leerlas o escucharlas, pueden comentarlas. Es un lindo modo de lenguajear. Un abrazo. Néstor Soria


jueves, 26 de enero de 2012

CANCIÓN DE LA CONANA

CANCIÓN DE LA CONANA 

                                                                                    
                                                                         Letra: Néstor Soria
                                                                         Música: Bruno Arias

 Junta tus dedos, haz como un nido
como quien forma un cuenco,
llénalo de agua,  ponle comida,
o unos granitos sueltos.

Hubo una piedra, como tu mano
hecha para dar vida,
es la Conana, la raspadora
de la semilla antigua.

Ella fue madre que le dio modo
al moledor mortero,
y al balanceo de brazos indios
alimentaba pueblos.

Overa piedra raspada
media lunita del patio,
quirquincho puesto de antarca
pancita que se ha gastado.
Ya está madura la quinua
deme a probar su bocado.


II
Tiempos pasaron, tiempos se han ido,
nadie más la ha nombrado,
los ojos nuevos miran en ella
un guijarro cavado.

Otros confunden cuando aseguran
que entre el río y la arena,
en ese huayco nacían los hijos,
le dicen paridera.

Pocos conocen cuál es tu origen
‘rumi cuerpo de ampatu,
que las deidades te sean propicias
para tu sueño largo.

Overa piedra raspada
media lunita del patio,
quirquincho puesto de antarca  
pancita que se ha gastado.
Ya está madura la quinua
deme a probar su bocado.





martes, 24 de enero de 2012

LA PALABRA EN RIESGO


Congreso de Escritores del NOA. Salta - 13, 14 y 15 de junio de 2007.

Literatura viva III

 Ponencia de Néstor Soria (Poeta) - Tucumán -



Noroeste Argentino - ¿La palabra en riesgo?

Cuando el poeta Jesús Ramón Vera me pidió el nombre de la ponencia que desarrollaría en este Congreso de Escritores del NOA. Salta - Literatura Viva -, me apuré a arriesgar un título y trataré de ser respetuoso con él.

El interrogante que formulo ¿La palabra en riesgo? no debe inquietar. Tampoco se tomen a estas palabras como a un discurso intolerante, alejado de la convicción de que “Es imposible no culturar”. 
Alguien dijo que “todo hecho humano es culturalmente culpable”. Y así es. Toda intervención, toda actividad, toda creación u obra humana nos aporta y nos remite a un contexto cultural. Lo importante es, ante el axioma, preocuparnos por tener claro: Qué es “lo cultural propio y qué es lo cultural ajeno”, único modo de conseguir una convivencia armónica con lo que nos llega, a modo de aporte, o, sutilmente, como infiltración foránea. Porque una cosa es culturar -o culturizar, como dice el castellano, lo que significa dar cultura-, y otra muy distinta es aculturar - hecho que equivale a imponer algo de un pueblo, supuestamente más desarrollado, en pos de inhibir lo cultural que encuentra a su paso -.

Permítanme esta corta reseña:

Desde la mitad del siglo XIX -1850- la Argentina, es decir el territorio virgen de entonces y sus incipientes poblados, comenzó a recibir a inmigrantes venidos hasta de los lugares más desconocidos del mundo, gente casi siempre expoliada de sus patrias, víctima de las guerras, sometida a la hambruna, a la pobreza y a otras inimaginables, por crueles, iniquidades que puedan inferirse al ser humano.
Aquellos hombres y mujeres, a veces impúberes, se diseminaron por doquier y, sueltos a su suertes,  se empeñaron en subsistir, tomando de la tierra sus venturosos dones, ordeñando vacas, o conchabándose como caballerizos en estancias conseguidas por algunos “Don”(*), desde la irrupción de la Junta de Temporalidades -Tribunal dueño a voluntad, de muchos campos y bienes enajenados cien años antes del siglo mencionado arriba-.
Así es como nuestro noroeste se colmó de almas y voces diversas que con el correr del tiempo formaron, con los criollos, la amalgama de costumbres, fiestas y fundamentalmente de palabras, que hoy pronunciamos como propias. 

(*) Don: Tratamiento dado en los siglos XVIII y  hasta en el XIX, a quienes poseían tierras y haciendas reconocidas.

Los aportes del fenómeno:

Esa inmigración, que luego misturó su sangre con los criollos, trajo cultura.
Y sin explayarme digo: Los españoles, en las comidas y vocablos; los italianos, en la arquitectura y en las danzas; los árabes, en los juegos de razonamiento y destreza, como el ajedrez, el taule o backgammon y  el polo, entre otros; pero, aunque menospreciados aquí, por considerárselos pocos apto para el crecimiento cultural, los árabes también aportaron literatura. 
Una crónica de 1951 dice que el pueblo de Tucumán fue uno de los primeros en conocer la obra de Gibrán Khalil Gibrán, experiencia ocurrida en 1915, cuando el diario La Gaceta comentaba la creación literaria del reconocido autor libanés.

Ahora les contaré de una experiencia propia:

 Hace un poco más de dos años, interesado en recoger los últimos tiestos de la vieja memoria barrial tucumana y ensamblarlos al presente, comencé a trabajar, junto a la paciente recopiladora, Ana Lía Madrigal, en lo que di en llamar: Memoria de los barrios   - hilvanando la historia oral y documental de los barrios tucumanos-, tarea que consiste en recopilar, puerta a puerta, todas las voces de los vecinos que descienden de aquellos pioneros -criollos, inmigrantes, o los surgidos de la mezcla-, con el propósito de rescatar vestigios del ayer y ligarlos a la actualidad de los conglomerados que conforman el enorme ejido capitalino de San Miguel de Tucumán. 
El resultado de tan grato quehacer es contenido en costosos libros, ilustrados con antiguas y nuevas fotografías color, impresos en papel ilustración, cosidos y, como debe ser, obsequiados a quienes los soliciten, por la Municipalidad de Tucumán, responsable de las ediciones comentadas.
La información volcada en esos volúmenes -ya se editaron dos de los cuatro narrados-, no sólo aporta apreciados recuerdos varios o rugosos rostros campesinos fotografiados, sino, también, giros idiomáticos, refranes, cánticos y frases -surgidos casi siempre en la antigua ruralidad-, y que en estas rastrilladas van aflorando, porque estoy convencido de sus correspondencias y  permanencias en el  habla tucumana.
Amigos que me escuchan: Lo que no se registra se pierde. He ahí donde, entre otras riquezas, la palabra entra en riesgo.

La palabra en riesgo:

Porqué otra razón me pregunto si la palabra está en riesgo:

El polisémico término CULTURA, del CULTUS latino que significa en esa lengua CULTIVO, encierra en su feraz vientre a una de las riquezas más aquilatadas por el humano: LA PALABRA. Ese elogio de cotidianidad del que hacemos uso, a veces, como un natural reflejo bucal entonado en mil colores, digo, tonos, por unos ligamentos laríngeos.
Pero realmente, ¿Qué es la palabra? ¿Acaso un sonido gutural exhalado como un viento?, o es aquel cántico que hilvana, sílaba tras sílaba, un pensamiento profundo, un sentir acendrado, una copla de preferencia, un poema que moviliza, o el paciente ABC de la enseñanza al desinstruido.

¿Y el conversar?...

Humberto Maturana, en su tratado “El árbol del conocimiento”, dice:
-Nosotros, seres humanos, acontecemos en el lenguaje, y acontecemos en éste como el tipo de sistema viviente que somos... Lo que vivimos lo traemos a la mano en el conversar, y es en el conversar donde somos humanos...-

A ser cuidadosos:

Ahora bien, cada región y desde ellas, cada pueblo - aunque lo que voy a decir resulte casi obvio - suma al mosaico cultural del país su idiosincrasia, y una de esas manifestaciones palpables es el habla.
A esto agrego: Pero el habla que a cada uno le corresponde, no la que es importada como una mercancía para ser usada.
Y cuando digo mercancía importada, no me refiero solamente a la que nos llega de afuera, sino también, a la que dentro de una provincia trasladamos sin cuidado.

Por dar un ejemplo cercano:

Aquí, en el noroeste, una maestra de ciudad se dirigirá a un alumno diciéndole: Usted, alumno tal; mientras que en las escuelas rurales, llanistas o cerreñas, una docente seguramente le dirá a su educando: M’hijo, o, más cariñosamente, m’hijito. Las dos conseguirán su cometido, o sea, la atención del alumno, y cada uno de ellos sentirá, a su modo, el llamado que recibe. Ahora, ¿Qué pasa si invertimos los campos y trasladamos a las maestras o a los alumnos? Es posible que el choque lingüístico cause, en el de la ciudad, risas cuando lo llamen m’hijito, y en el otro, al escuchar: Usted, alumno tal, como un rígido distanciamiento, casi como una reprimenda, por escuchar ese trato que no le es familiar.
Porque cada escenario es particular en sus modos y expresiones. A eso es contraproducente modificarlo, diría que dañino.

La provincianía que nos cimenta y nos contiene debe preservar  muy bien -a la vez que ordenadamente- su valioso arcón de vocablos; en esa petaca -término azteca modificado por el castellano- está una buena parte de nuestra identidad.


Amenaza de allende los mares:

Desde hace muchos años dependemos de las normas que dicta la Academia Española, sociedad de literatos fundada para ocuparse de los vaivenes del idioma que usan todos los pueblos de habla castiza, o mejor castellana.
Cuando abrimos sus diccionarios y vemos que en ellos figuran términos de hechuras regionales o locales de la América del Sud,  muchos de nosotros nos alegramos, pues, a nuestro parecer, ocupan un sitio bien ganado en esas páginas.
Pero, en el transcurso de este año, o quizás a fines del anterior, un grupo de europeos hispanos-parlantes, se mostró afligido por la extirpación de siete mil palabras de las hojas de los diccionarios que la Academia Española publica. Y esa aflicción tuvo tal grado, que lanzaron al mundo un llamado de alerta e invitaron a rescatar de la desaparición a esos vocablos, como si se encontraran  condenados a muerte. En las páginas de varios correos electrónicos sembrados al voleo por el planeta, estos salva-palabras (como salvavidas) proponían lo siguiente: El fijarse si el término de nuestra preferencia había sido borrado, anotarlo en un correo, y luego mandarlo a sumarse a la larga lista de palabras rescatadas. El premio para quienes lo hicieran  era, ni más ni menos, que ser nombrado padrino protector del vocablo rescatado.
Con tristeza les informo, a quienes no estén enterados, que una gran cantidad de esos vocablos sustraídos, gozaban de
nuestro aprecio en la América del Sud. Me imagino que de ese relevamiento saldrá el reclamo a los académicos responsables de nuestros glosarios o diccionarios. Mi intención era rescatar la palabra “pelela”; por distraerme en hacer unos pesos para mis necesidades básicas, el plazo de recepción se venció y no llegué a tiempo. 

Sobre las tonadas:

Un poco más atrás en el tiempo, les pediré que hagan memoria para recordar cuando el Iser (la escuela de locutores), desbastó las tonadas de las voces de aquellos a los que forma en ese oficio. Lo conseguido: De punta a punta del país los locutores entonan de la misma manera. Esa pronunciación, ajena al oído familiar de cada pueblo, invalida, en el oyente, la posibilidad de imaginarse como voz parlante en los medios.
De igual modo la televisión argentina, haciendo uso de un habla neutra, se convierte en el único trasmisor de tan insulso código lingüístico. A esa extraña tonada, nacida de una especie de gen  híbrido, estamos expuestos todos los que provenimos de la sangre del país. La desvalorización del habla, de continuar esa absurda política de aculturación, era inminente. Con toda suerte eso ha sido modificado, aunque el tono persiste -. 

Pero todavía tenemos de qué preocuparnos.

¿Cuál es el léxico y cuál la tonada que usamos últimamente en el Noroeste Argentino? ¿Las que aprendimos de las bocas antiguas, aquellas amadas voces que nos enseñaron a deletrear palabras?
No. Mal que nos pese pero algo se modificó.
¿Acaso alguien camina al tun-tun, o anda bolia’o? Esas expresiones que alguna vez fueron nuestras, hoy están tapadas por la asimilación de un argot urbano -digo, lenguaje o jerga convencional- , que, disculpen, yo no conozco. Aunque a veces escucho y entiendo aquello de estar mambea’o, o, pasa’o... Pero esa inestabilidad tiene más que ver con una rinoscopia.

Y algo más afligente aun:

Nuestros jóvenes del norte, ni bien llegados a los centros urbanos, buscan, al principio esconder, y luego borrar, sus hablas y tonadas de origen, triste ardid que los salve de la burla afrentosa.
Sé de muchachos aborígenes que niegan sus lenguas, eso pasa con correntinos de la zona guaranítica; con santiagueños quichuistas; con tucumanos cerreños, que aun mantienen almibarados términos del Kakán; con salteños y jujeños, que mezclan castellano con quichua y aymara; o con changos mocovíes. ¿El motivo?... el estar convencidos de que el hablar sus lenguas los coloca en un estrato inferior.

Hace un par de semanas leí un artículo donde alguien aseguraba que nuestro idioma de cuna, aquí, en el  noroeste, no sufre con los embates foráneos, y que al contrario, se enriquece. Que el habla es como el agua que va y viene.
Amigos, no sé cómo se llegó a esa conclusión.
Nuestros giros idiomáticos, nuestras frases hermosas y pueblerinas, nuestras tonadas provincianas, son usadas burlescamente en las grandes urbes. Los sainetes u obras cómicas cortas, que se elaboran en Buenos Aires y se refieren a las provincias del norte, muestran absurdos gauchos, campesinos mal vestidos y sirvientas guasas, todos mal hablados. Dos componentes inaceptables para la identidad que sostenemos. No entiendo que así se pueda valorizar algo. Entonces, no nos engañemos y que no traten de hacerlo: Seguimos siendo, para muchos, “cabecitas negras”, no sólo en el aspecto, sino, en lo cultural. Es en ese punto donde no veo que el agua cultural vaya y venga.

Más adentro, aquel artículo dice textual: “Mientras el venturoso castellano vierte sobre nosotros océanos de información por procesar y de libros por leer...
No hay dudas de que el cronista pergeñó el escrito para sus pares, o para una clase social pudiente.
Nuestra gente, nosotros mismos, aunque asistimos a este Congreso, en muchos casos no podemos acceder a un procesador, tampoco a la compra de libros.
Amigos, la mayoría de las escuelas enclavadas en el Noroeste Argentino ni siquiera tienen luz eléctrica, y en sus bibliotecas reposan, como seniles abuelos, unos compendios vencidos por el tiempo, desactualizados de las nuevas fórmulas y formas educacionales o instructivas. 

¿Recuerdan cuando en la ciudad de Rosario, en el Congreso de la Lengua, se reunió lo más graneado de la literatura y el habla hispana? Entre otros objetivos, los estudiosos le hicieron un homenaje al Quijote y a su autor - merecido reconocimiento, por supuesto -.
Si hacemos un poco más de memoria sobre ese acto, vendrá hacia nosotros la imagen de un numeroso grupo de descontentos de la América del Sud, por no poder participar e insertar sus pensamientos, expresados todos en hablas de sus pueblos, idiomas -¡Porque terminemos ya con aquello de dialectos¡- idiomas digo, que nunca fueron considerados como tales desde 1492 y tampoco por los académicos de hoy. O sea que en este mundo todavía hay pueblos de primera que poseen “La Palabra” y pueblos de segunda, muchos de ellos nuestros, que por hablar distinto, fueron callados antes y no serán escuchados en estos días.

A esos mismos eruditos de la lengua se les ocurrió juntarse ahora en Medellín y Cartagena de Indias. ¿El motivo según ellos? Ocuparse de los asuntos del hablar, hacer un homenaje a Cien años de Soledad - como si los millones de lectores que gozan con ese hermoso libro no vivieran homenajeándolo a él y a su autor – y tratar otras cuestiones que nunca promocionaron.
Pregunto: ¿Era necesario el reunirse en el pueblo con mayor grado de analfabetismo de Colombia? ¿No es un golpe a la dignidad humana? ¿Acaso al finalizar sus reuniones se volcaron a las calles para sembrar algo de lo tratado?.
Aunque algunos disientan conmigo, los muchachos se fueron a tomar sol en la costa del Mar de las Antillas.

Y entre tanto Congreso de la Lengua ¿Alguien supo de una mención, aunque sea al pasar, al maravilloso Popol Vuh, ese Libro de los Consejos de autor anónimo, hallado en nuestra  América del Sud allá por el siglo XVI? Daré la respuesta por todos nosotros: ¡No!

Ante tanta palabra dicha por mí, ¿Dónde está ella comprometida? ¿Porqué hablo de riesgo?
Todos los rincones de la Argentina, hasta los más visibles, siguen expuestos al germen de la malsana globalización. Y ese germen es doblemente nocivo para los pueblos de las comarcas relegadas. No estoy de acuerdo con aquello de que “lo que se globaliza es el mercado y no las personas”. Cosa dicha como si los efectos no golpearan al ser humano. 
Nosotros, ya desde las funciones del estado-gobierno, ya desde la docencia más básica, ya escribiendo un simple poema o narrando las historias cotidianas, tenemos la llave para bloquear el ingreso de lo contaminante.
Somos herederos de un idioma enriquecido, tanto por el castellano, como por todas nuestras lenguas locales, sud-americanas.
No cejemos, más bien empeñémonos, en custodiar celosamente esto que nos atañe tanto: Nuestro propio idioma, nuestros giros idiomáticos, nuestra palabra noroestina. Así no andaremos al tun-tun, como guanaco bolea’o.